Cuerpos rebelados: la performance en Concepción
La escena
del arte contemporáneo en Concepción ha tenido un desarrollo bien particular en
comparación al resto del país, que se dibuja a fines de los años 90 y comienzos
de los 2000 con la confluencia de artistas que regresan tras largas estadías en
el extranjero, principalmente desde México, y de una generación más actualizada
e inquieta respecto a nuevas exploraciones en los lenguajes artísticos. Ciertas
condiciones –no obstante comunes a otras regiones– detonan un fenómeno
especial: la falta de espacios de exhibición, de coleccionismo, de reflexión,
de editorialidad, de políticas culturales eficientes, la preeminencia de la
academia y el centralismo, provocan una reacción crítica que no se ha dado en
otra región del país, ni en Santiago siquiera, dada a trabajar con la acción, con
el cuerpo, con la intervención de la ciudad y del paisaje, con la performance.
El cuerpo
se subleva, se rebela y revela el malestar de un grupo de artistas frente a su
inhóspito contexto, buscando instancias más inmediatas y efectivas de
interpelación, prácticas necesariamente marginales. Desde este cruce de
palabras y gestos extremos, se construye “Cuerpos rebelados: la performance en
Concepción”. La muestra es un acercamiento a lo que ha ocurrido los últimos
años en esta ciudad en torno a prácticas donde lo esencial ha sido la irrupción
del artista en espacios comunes y cotidianos desde una situación de precariedad
total, pero con un poder expresivo capaz de prescindir de los aparatajes
institucionales o de circuito.
A través de
algunos exponentes significativos de este movimiento: Guillermo Moscoso,
Natascha de Cortillas, Luis Almendra y Alperoa (Álvaro Pereda Roa), se
encuentran obras claves, diversos formatos y materialidades, como son video,
fotografía y objetos, registros de trabajos realizados los últimos años e
incluso algunas propuestas inéditas. Son situaciones e imaginarios que por
primera vez se relacionan, invitando a elucubraciones sobre los nexos y aportes
posibles de un grupo poblado por varias individualidades y colectivos.
Los
artistas representan cuatro momentos de una historia que se remonta a mediados
de los años 90: Guillermo Moscoso
(1972) se formó por entonces en grabado, derivando a la performance con un
trabajo que ha ocupado galerías, el paisaje y zonas periféricas. En la muestra,
está con una propuesta inédita, registros fotográficos de “Impacto de
emisiones” (2011, Laraquete), donde da cuenta de algunas constantes en su
trabajo: la teatralidad, el tema
de la memoria, la presencia de un alter ego –generalmente un ángel, el
Ángel Indulgente– que asume los propios dolores y los del entorno a través de ritos
y gestos retorcidos.
Desde 2005, Natascha
de Cortillas (1969) ha construido un itinerario donde se relaciona con los
lugares y el público asumiendo el rol de cocinera. Puestas en escena austeras,
el delantal blanco, las manos, los platos, la comida, la alquimia de olores y sabores, la ceremonia de
compartir, son elementos que pueden relacionarse tanto a su biografía como a
tradiciones y la historia de los lugares. En la exposición hay tres imágenes de
la serie “Chile amasa su pan” (2005 - 2011) donde este simple acto se sitúa en
paisajes de gran poder simbólico, como la ruta portuaria o un pastizal quemado
por el tsunami del 27F.
Luis Almendra (1979) y Alperoa
(1981) son artistas más
recientes. El primero, radicado en México gracias a un Máster en la Academia de
San Carlos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), exhibe fotonovelas
con el registro de situaciones performáticas, donde él y artistas invitados
asumen personajes y narraciones delirantes, en paisajes o montajes teatrales
“post surrealistas”. El humor, un imaginario que recoge fantasmas, arquetipos y
mitologías tanto personales como colectivos, el
poder de la poesía y la confrontación de sus personajes, se pueden
conocer a través de estas publicaciones realizadas entre 2004 y 2008.
Alperoa
trabaja desde la austeridad total, situándose en la ciudad con extrema simpleza:
es sólo su cuerpo tensionado por acciones que pueden ser cotidianas pero que le
demandan cierto esfuerzo físico o gran concentración, ubicándose en medio del
transcurrir frío e incesante de la ciudad. Incluye ahora el registro
fotográfico de un trabajo hecho especialmente para la muestra, “THELUZ D
SPACIoS (VELAS ACTIVAS)”, un recorrido por ciertos hitos urbanos que ya son
itinerario característico en su obra y en la de varios artistas de la
performance en la zona: el frontis de la Catedral de Concepción, el paseo
peatonal Barros Arana, el sector de los Tribunales de Justicia, la Diagonal
Pedro Aguirre Cerda y la Plaza Perú con la Pinacoteca de la Universidad de
Concepción como telón ineludible.
Estas prácticas aquí representadas no lucen
solitarias en la historia cultural de la capital del Bío Bío, sino tienen antecedentes
poco estudiados en el teatro experimental, en la poesía, y en las
movilizaciones contra la dictadura de los años 80. Según reconocen algunas
voces del grupo, en los años 90 se van conformando repertorios de trabajo desde
la desnudez del cuerpo, la utilización de la sangre, el tema de la
homosexualidad y la transexualidad, de la discriminación, desarrollándose luego
acciones que buscan además el humor, la confrontación con el flujo urbano, la
apelación al transeúnte como espectador o participante de la obra de arte, el
trabajo en red y la utilización de la web como plataforma de visibilización y
circulación.
Al mismo tiempo que han trabajado sobre la ruina,
expandiendo territorios, resituando el cuerpo, resignificando los espacios, las
prácticas y costumbres, levantando nuevas formas de habitar, los artistas de la
performance en Concepción han ido entramando nexos interregionales e
internacionales, fundando incluso instancias de intercambio como E.P.I.
(Encuentro Independiente de Performance, que impulsa Alperoa en 2010 y 2012) y
el seminario “Diálogo y performance: políticas del cuerpo”, en cuya
organización participó este año Moscoso.
Con una distancia crítica respecto de la
academia, de la escuela de arte, de los espacios institucionales y de la
formalidad conservadora de lo estereotipado, la performance aquí se levanta
desde un sentir común, siendo más testimonial que conceptual, más utópica que
irónica en un contexto –local y global– donde lo que urgen son movilizaciones y
cambios. Lo dice de algún modo Luis Almendra: “Si uno cree que es posible comenzar a
generar cambios en una sociedad enferma, se hacen vitales acciones más
certeras, capaces de dar un salto desde lo simbólico hacia una verdadera
convulsión o revulsión de lo cotidiano”. Toda una declaración de principios
sobre el sentido de la acción en esta ciudad.
Carolina Lara B.
Periodista y curadora
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